Se derrumba el acuerdo de paz entre Tailandia y Camboya firmado bajo la mirada de Trump
Fuente: AFP
El acuerdo de paz que el presidente estadounidense Donald Trump celebró a finales de octubre como un entendimiento capaz de “salvar millones de vidas” quedó prácticamente desactivado en menos de dos meses. El llamado Acuerdo de Paz de Kuala Lumpur, firmado por los líderes de Camboya y Tailandia durante una cumbre regional en la capital de Malasia, buscaba consolidar la tregua alcanzada a principios de año tras los enfrentamientos fronterizos del mes de julio, que se extendieron durante cinco días y dejaron varias docenas de muertos y unos 300.000 civiles desplazados.
Pero el alto el fuego demostró ser frágil. El 8 de diciembre, Tailandia lanzó ataques aéreos con aviones F-16 contra objetivos en territorio camboyano, lo que marcó la reanudación del conflicto. Las autoridades informaron que hasta ahora los nuevos combates dejaron cinco fallecidos y 27 heridos, aunque se teme que la cifra aumente. Cientos de miles de personas de ambos países vuelven a desplazarse para escapar de la violencia.
Tailandia sostiene que respondió a ataques camboyanos ocurridos el día anterior en la zona limítrofe. Camboya lo desmiente y asegura que los primeros disparos provinieron del lado tailandés. La dificultad para verificar cada relato se suma a un escenario en el que ambos gobiernos enfrentan presiones internas para no mostrarse débiles en una disputa territorial que se arrastra desde hace generaciones. La percepción de fortaleza ante el rival también representa una oportunidad política para los dos líderes.
La tensión había empezado a escalar semanas atrás, cuando varios soldados tailandeses resultaron heridos por minas terrestres en la frontera. Camboya afirmó que se trataba de artefactos remanentes de la guerra civil contra los Jemeres Rojos, que concluyó en 1999 tras dos décadas de conflicto. Sin embargo, un grupo de observadores neutrales —procedentes de países vecinos y encargados de monitorear el cumplimiento del acuerdo de paz— determinó que las minas habían sido colocadas recientemente.
El mismo 8 de diciembre, el primer ministro tailandés, Anutin Charnvirakul, declaró en Bangkok que su país no mostraría más moderación. “Ya hemos superado ese punto. Si quieren que las cosas se detengan, díganle al agresor que se detenga”, afirmó ante la prensa.
El rol de Trump vuelve a quedar en cuestión. En julio, cuando surgieron los primeros combates, el presidente estadounidense presionó a ambos países con la amenaza de elevar aranceles a niveles “intolerables” si no aceptaban negociar. La táctica logró un freno momentáneo, pero no abordó las causas profundas de la disputa. Incluso podría haber reforzado la posición de Camboya, ya que Trump dejó de lado indicios crecientes de agresión contra Tailandia, un histórico aliado de Estados Unidos. Tras los enfrentamientos de julio, el primer ministro camboyano, Hun Manet, llegó a nominar a Trump para el Premio Nobel de la Paz.
La responsabilidad por el nuevo estallido tampoco recae únicamente en Camboya. Tailandia cuenta con el ejército más poderoso de los dos países y, según señaló el máximo general tailandés el 8 de diciembre, está dispuesta a llevar la ofensiva más lejos que en julio. “El objetivo del ejército es debilitar la capacidad militar de Camboya durante mucho tiempo”, afirmó, argumentando que esto es necesario “por la seguridad de nuestros hijos y nietos”.
En Tailandia, una victoria militar amplia tendría fuerte respaldo interno. Las fuerzas armadas son un actor político influyente, apoyan al gobierno de Anutin y mantienen una profunda desconfianza hacia la oposición. A medida que se acercan las elecciones generales previstas para los primeros meses de 2026, una campaña militar prolongada podría reforzar la posición del primer ministro. También podría modificar la percepción de Trump, quien —según recuerdan diversos analistas— suele inclinarse por quienes muestran fortaleza y logran imponerse.
